Todas
las mañanas acompaño a mi hijo desde casa hasta la puerta del “cole”. Damos un
paseo y charlamos sobre lo que piensa hacer durante el día o lo que hizo ayer,
sino me lo ha contado ya, o es tan interesante que lo recordamos durante la
corta travesía. La verdad es que el centro está cerca de mi casa, no es muy
largo el trayecto hasta esa puerta negra de metal, que hace un ruido que
seguramente, en un futuro mi hijo relacionará con estos años de infancia,
espero que con cariño.
Cuando
las ruedas de la gran puerta corrediza se deslizan por la guía, entramos como
una manada de ñus huyendo de los cocodrilos al cruzar el rio, una imagen que
hemos visto en los reportajes varias veces; pues háganse a la idea de que
varios de esos ñus van provistos de gorras, mochilas, baberos y carros de bebé.
Entramos en el patio, que es la antesala de todas las clases de primaria,
esquivando una horda de niños y no tan niños, educados tan solo a medias y ancian@s
con carros de combate, que ofrecen la delantera de estos como forma de abrirse
paso a través de la manada. Lo triste de todo esto es que l@s abuel@s ya no
tienen remedio, y que te atropellen con los carritos de forma deliberada,
ofrece un marco de comprensión equívoco a los niños que los acompañan; es decir
que las criaturas entienden que los coches de choque de las ferias, se pueden desplazar fuera de aquel recinto de suelo metálico por
el que discurren con lucecitas de colores y sonidos estridentes.
La
mala educación de esta gente mayor, se traslada a sus vástagos de segundo grado
de una manera intrínseca en este mal comportamiento que sufrimos los papás y
mamás que hemos tenido la suerte de disponer, de la enseñanza de un correcto civismo.
Toda
esta prisa que han demostrado en la entrada es inversamente proporcional en el
resultado, a la salida. Todas estas mujeres y hombres de avanzada edad,
provocan un tapón en la puerta, digno por qué no decirlo y continuando con los documentales
de la 2 sobre animalillos, de los lemmings: pequeños roedores que se ahogan
lanzándose al mar para cruzarlo, pensando que se trata de un rio. Aunque para
rio, el caudal de gente que forman estas personas mayores, paradas en medio de
la única salida de aquel patio, contagiándose del entusiasta estado de salud en
el que se encuentran, compartiendo con el resto de escuchantes sus dolores
reumáticos, las malas noches pasadas o el delicioso manjar que piensan cocinar
para la comida, enumerando por supuesto todos y cada uno de los pasos que
siguen, para que esta pitanza adquiera ese adjetivo bien ganado. Incluye el
recorrido guiado que el “maître” ha de seguir esa misma mañana, para conseguir
las más selectas especies con las que cocinarla, sin omitir evidentemente el
nombre de los mercaderes, incluido cualquier detalle sórdido que crean
importante no omitir, muchas veces relacionado con familiares conocidos por los
asistentes a la reunión culinaria.
Cuando
por fin esquivo la saturada congregación de “Arzaks” y “Adriàs”, mayormente de género
femenino, que no únicamente, regreso a casa para comenzar mi mañana; probablemente
menos interesante y productiva que las de toda esa gente. El problema serio de
todo este tema, es que no puedo disfrutar de ese corto trayecto que separa mi
casa de la escuela, tratando de escuchar el trino de algún pajarillo en los
parques o mirar el cielo en busca de alguna nube curiosa en su forma o
colorido, ni siquiera leer los carteles de los establecimientos, en los que en
algunos veo tantas cosas graciosas, comenzando por faltas de ortografía en
carteles luminosos, hasta graciosas asimilaciones de ideas o juegos de palabras
como “Dulces La Gordita”, o “Aceros retorcidos”. Todo esto es debido a que
tengo que emplear todos mis sentidos, en no errar un paso distraído, porque
alguno de los animales que conviven con nosotros, deja que sus mascotas
“defequen” (esta palabra es tan fea que he querido entrecomillarla) por nuestra
alfombra urbana. No quiero ahondar en los tipos de “minas” (por no poner cacas)
que puedes encontrar, pero bien baste comentar que en ocasiones parecen más,
obra de los hombres que de las mascotas, gracias al cielo este tipo se ven
claramente.
¿Por
qué pasean entonces con bolsas de plástico en la mano?, ¿serán seguidoras/es de
la corriente de Facebook de hace unos años de: “mujeres que se ponen una bolsa
en la cabeza cuando llueve”? porque ciertamente para recoger los “regalitos” no
son. ¿O es que ahora como no dan bolsas en ningún supermercado las llevan de
serie con los pantalones? También es cierto que no todas las personas que
tienen mascotas, dejan ese reguero de buen comer de sus animales.
Añadiré:
¡Y menos mal!
Muy bueno Julián.Totalmente d acuerdo .esas abuelas "recoge- nietos" a tienen todo hecho desde las siete d la mañana y pasan x tu lado como si fuesen a perder el bus q les lleva a fichar al trabajo.
ResponderEliminarY lo de los perretes , bueno...son más animalitos los q dejan ahi su kk , q el q lleva el collar al cuello.
Muy bueno y entretenido.
Maribel.
Gracias Maribel, cierto, los animales no son las mascotas, son los del otro lado del collar. ;-)
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